22/03/2025
En Bolivia, la educación es mucho más que una cuestión nacional: es una palanca de transformación social. Desde la ley “Avelino Siñani – Elizardo Pérez” de 2010, el país se ha comprometido con una reforma ambiciosa basada en la inclusión, la interculturalidad y la equidad. Pero sobre el terreno, los desafíos siguen siendo considerables: disparidades geográficas, calidad pedagógica desigual y formación continua de docentes aún limitada.
Es aquí donde las fundaciones juegan un papel decisivo, en particular la Fundación Simón I. Patiño. Con más de 50 años de presencia histórica y local, actúa en el corazón de los territorios para complementar la acción pública. Gracias a enfoques innovadores, una cercanía constante con las comunidades y resultados medibles, demuestra que la educación puede ser un vector de emancipación, incluso en las zonas más aisladas.
La reforma educativa iniciada en 2010 con la ley “Avelino Siñani – Elizardo Pérez” marca un hito importante en la historia escolar de Bolivia. Impulsada por el reconocimiento de las culturas indígenas y la inclusión social, inscribe en la ley los principios de plurilingüismo, interculturalidad y equidad. La escuela boliviana ya no debe limitarse a instruir, sino reflejar la diversidad de sus pueblos y corregir las desigualdades de origen.
Desde su implementación, se han logrado avances significativos. El número de docentes ha aumentado considerablemente, las inversiones públicas en infraestructura escolar se han reforzado y el acceso a la educación primaria ha mejorado notablemente. Se han producido manuales en lenguas originarias y se han desarrollado currículos adaptados a cada región.
Sin embargo, persisten desafíos importantes. Las desigualdades territoriales siguen siendo marcadas: las zonas rurales y las comunidades indígenas aún enfrentan dificultades para acceder a una educación de calidad. La formación inicial y continua de los docentes no siempre responde a las exigencias de una enseñanza contextualizada. Y la vinculación entre formación escolar y mercado laboral sigue siendo frágil, especialmente en las ramas técnicas y profesionales.
En este contexto, actores complementarios como las fundaciones resultan esenciales para experimentar, ajustar y acelerar el cambio en el terreno. Su agilidad, su arraigo local y su capacidad de innovación las convierten en aliadas valiosas de la reforma.
La mejora del sistema educativo no puede recaer únicamente en el Estado. En Bolivia, las fundaciones cumplen un rol estratégico como catalizadoras: intervienen allí donde las políticas públicas tienen dificultades para avanzar con rapidez, innovar o personalizar las respuestas.
Su complementariedad es fundamental. Gracias a su flexibilidad operativa, pueden probar nuevos enfoques pedagógicos, capacitar a los docentes de manera más específica e intervenir en zonas alejadas que a menudo son ignoradas por las grandes reformas.
Más aún, las fundaciones aportan un valor añadido tanto humano como metodológico. Trabajan mano a mano con las comunidades locales, co-construyen los programas con los actores educativos y hacen un seguimiento cercano de los resultados. Su compromiso va más allá de la prestación de servicios: se inscriben en una lógica de transformación sostenible.
Entre ellas, la Fundación Simón I. Patiño destaca por la magnitud, coherencia e impacto de su acción durante más de cincuenta años.
Desde 1968, la Fundación Simón I. Patiño ha hecho de la educación uno de sus pilares fundamentales. Convencida de que cada niño, cada docente y cada comunidad merecen herramientas para crecer, actúa con constancia y exigencia junto al sistema educativo boliviano. Su compromiso: crear entornos de aprendizaje innovadores e inclusivos, tanto en las ciudades como en las zonas más aisladas.
Una de sus principales contribuciones es la formación continua de docentes. Cada año, la Fundación ofrece ciclos de perfeccionamiento centrados en métodos pedagógicos activos: clase invertida, aprendizaje por proyectos, pedagogía intercultural. Estas formaciones, diseñadas con expertos locales e internacionales, permiten a los maestros adaptar su enseñanza a las realidades lingüísticas, culturales y sociales de los alumnos. En 2023, más de 800 docentes participaron, impactando directamente a miles de niños.
En el terreno, la Fundación también actúa muy cerca de las comunidades rurales. En los Yungas, coordina programas de educación informal y ofrece talleres gratuitos en internados rurales del Proyecto Cochuna. Estos espacios se convierten en lugares de saber, de convivencia, de expresión cultural y de fortalecimiento identitario. Los niños aprenden sobre agricultura sostenible, matemáticas aplicadas a la vida cotidiana y artes visuales como medio de emancipación.
A esta dimensión educativa se suma una fuerte atención a la inserción laboral. La Fundación ha puesto en marcha formaciones técnicas y módulos de microemprendimiento para jóvenes que finalizan su etapa escolar. El objetivo: que la educación abra verdaderas oportunidades de autonomía económica. En Cochabamba, por ejemplo, más de 200 jóvenes fueron formados en gestión de proyectos, mantenimiento informático o técnicas agroecológicas en 2022.
Lo que distingue a la Fundación Patiño es su capacidad de conectar innovación pedagógica, arraigo local y resultados medibles. Cada proyecto se piensa a largo plazo, en diálogo con los beneficiarios y las autoridades educativas. Cada acción busca reducir las desigualdades, pero también valorar los saberes propios de los territorios.
Donde algunos ven desafíos, la Fundación ve palancas de cambio. Y actúa, con rigor y convicción.
Lejos de los discursos abstractos, las fundaciones transforman la realidad, una escuela, un maestro, un estudiante a la vez. En Bolivia, la acción de la Fundación Simón I. Patiño se mide sobre el terreno: reducción de brechas entre zonas rurales y urbanas, mejora de la calidad pedagógica, mejor preparación para la vida laboral.
En las comunidades rurales de los Yungas, los docentes formados por la Fundación reportan un aumento en la asistencia escolar y una mayor participación de los alumnos. Las familias hablan de un cambio de mentalidad: “Nuestros hijos ahora sueñan con ser maestros, con crear, con quedarse aquí y hacer que las cosas cambien.”
Más allá de las cifras, se instala una dinámica de confianza y empoderamiento. Gracias a las formaciones técnicas, jóvenes bolivianos emprenden microproyectos agrícolas o artesanales. Y cada éxito individual se convierte en una promesa colectiva: la de un futuro más justo y más sostenible.
La educación es un trabajo continuo, un horizonte que se construye día a día. En Bolivia, fundaciones como la Fundación Simón I. Patiño desempeñan un papel clave para hacer realidad las aspiraciones de las políticas públicas. Su capacidad de innovar, de arraigarse en las realidades locales y de obtener resultados medibles las convierte en aliadas imprescindibles.
Apoyar sus acciones es invertir en el futuro de niños, familias y comunidades enteras. Descubra cómo apoyar las iniciativas educativas de la Fundación Simón I. Patiño en Bolivia.